Cuerpo extraño


- Lo que usted tiene, Jiménez, es un cuerpo extraño -diagnosticó el doctor.
- ¡Ah...! -reflexionó el paciente-, ¿usted también lo dice?
- Bueno, si, claro -dijo el oftalmólogo, mirándolo ahora más de lejos para poder observar las expresiones de su rostro.
- ¿A usted esto le parece extraño? -insistió, mientras se ponía de pie y se empezó a desabrochar la camisa.
- ¿Qué hace...? - inquirió el galeno.
- ¡Le muestro!, ¿no ve?, ¡...le muestro!
El torso no reflejaba nada muy extraordinario pero, cuando el médico intentaba entender lo que estaba sucediendo, Jiménez arremetió:
- Usted es el que se atiende a mi mujer, ¿no?
- No, bueno, yo no "se" la atiendo -se defendió, incómodo-; en todo caso "la" atiendo.
Pero no llegó a decirle que no sabía a quién se refería. Era la primera vez que atendía a Jiménez y dado que era también la primera vez que acudía alguien de esa obra social, no quiso hacer mayor alboroto; de hecho, sospechaba que ésta podía ser una rara prueba o inspección de la empresa de servicios médicos.
- Ahora se hace el gil, ¿eh? -se agitó, enojado y, en un rápido movimiento, se descorrió el cinturón y dejó sus piernas al desnudo- ¿Es esto lo que no le gusta? ¿O esto?
El calzoncillo cayó y su humanidad quedó al descubierto. Tomó el miembro, que colgaba largamente de su mano, y lo blandió. Jiménez dio un par de trancos y abrió la puerta del consultorio para interrogar a los que esperaban en la sala contigua:
- ¿A ustedes también le parece que mi cuerpo es extraño? ¿eh...?
Miraba a los ojos y se paseaba por la minúscula salita, con la mirada inyectada en odio. Una sexagenaria no podía dejar de atender el colgante del lunático, que lo exhibía con sus brazos en jarra.
- Por favor, Jiménez -dijo el profesional, que lo perseguía, atribulado-, no haga esto.
- Ahora, después de bardearme, me dice que me tranquilice, que no haga esto; pero ¿quién fue el que dijo que yo tenía un cuerpo extraño, ¿eh?, ¿eeehhh?
- En el ojo, Jiménez... Lo que usted tiene es un cuerpo extraño en el ojo...
Parado en el medio de la sala, el paciente bajó la vista y comprendió. Sus manos se desprendieron de la cintura, se subió los calzoncillos, luego los pantalones y, con la camisa aún desabrochada, retornó al consultorio arrastrando los pies, con la cabeza gacha.+