Recepción en lo de Pedro

Ascendíamos por la pradera verde hasta que llegamos a la Mansión. No sé si atribuirlo a mi limitada cultura, pero no podría describirla. Recuerdo, si, perfectamente que fuimos directo a unos bebederos de piedra empotrados en la roca desde donde salía como de la pared un agua cristalina y mineral deliciosa, con la que bebimos y nos refrescamos.
Permanentemente llegaba gente. Todos estaban vestidos con ropajes blancos, livianos y cómodos, acorde con la temperatura reinante, que debía ser de unos 25 grados. Era una recepción de primera categoría. El ánimo general era de serena alegría; más bien, algo así como una satisfacción compartida.
Me acerqué a un par de tipos a charlar. Uno me mira y me dice: "¿vos todavía vivías? Hace años que esperé que tu llamado. ¿Te acordás que te fui a ver cuando me quedé sin laburo? Me prometiste que me llamarías, con una convicción tal que me quedé esperando por semanas".
Lo chocante de la situación no tenía relación con el tono en que me habló. En sus palabras no había rencor. Pero el momento no era agradable para mí, así que me hice el que tenía algo que hacer y me moví hasta otro grupito. El que estaba hablando, sin detener su ritmo, exclamó con estrépito: ¡Pero mirá quién está acá! ¿Te acordás de mí? Te pedí una entrevista cuando se venían los despidos masivos. Yo ya estaba enfermo. Tu secretaria me dijo que me atenderías, pero antes que eso llegó el telegrama colacionado".
Hice una mueca, aproveché que no me había terminado de acomodar ahí y seguí de largo. Pero uno que estaba de espaldas me agarró del brazo, me miró a los ojos y me dijo secamente: "si, yo me acuerdo bien de vos; fuí uno de los que cayó preso cuando lo del Banco".
- ¿Estuviste preso?, le repliqué atónito.
- Claro, vos ni te enteraste... Pero no te voy a engañar: fue una gran experiencia. Gracias a eso estoy acá.
Le palmé la espalda y avancé hacia la entrada. Desde adentro se escuchaban maravillosas vocalizaciones de rock nacional. Impensable que sonaran tan bien a capella, a veces en forma solista o a veces a varias voces. ¡Melodioso! ¡Celestial!
Uno que pasó a cierta distancia me pregunta por mis amigos, nombrándolos. "¿No vinieron?" Respondí negando con la cabeza.
Recién ahí caí en la cuenta de que los que ingresaban por el alto portón de hierro forjado lo hacían en pareja o en grupo, pero que ninguno lo hacía solo. 
En ese instante se apareció frente a mí el patriarca, con sus largos pelos canos y su mirada benevolente. Me saludó con afecto. 
- ¿A qué hora entramos, Pedro? -le consulto.
- ¿Estás solo? Nadie lo hace de esa manera.
- Bueno, pero está entrando todo el mundo...
- Todo el mundo, no; se ve que tenés la mirada cauterizada por la supervivencia. ¿Pasaste por la guitarreara cuando venías?
Desde dónde había venido se escuchaba un magnífico punteo de guitarra y una voz, como la de Falú, que silabeaba unos versos de Albérico Mansilla:
¿Qué me puede importar, después de todo
El trance de partir, si yo he logrado
Llenar cada minuto transcurrido
Con un claro vivir enamorado;
Si la vida no fue en definitiva
Sólo uno motivo para haber amado".
Allí entendí todo y me apuré en buscar a Pedro, que estaba recibiendo a unos y a otros. Me miró con la mirada alegre que todavía le duraba del saludo anterior y me dijo: "Fíjate bien entre los que van llegando. Son ellos los que te podrán ayudar".
- Pero, Pedro -intenté.
- Para vos, todavía, San Pedro, che.+