La Brigada del Histerismo


Mandi es un aparatazo.
Estuvo todo el verano, libreta en mano,
haciendo anotaciones. Es lógico en un poeta.
Hace poco me había mandado unas líneas
que, aunque me habían parecido bastante flojas, las publiqué igual.
El otro día cumplí con nuestra promesa demorada
y me tomé una cerveza con él.
Bueno, en rigor, él se pidió un café.
Ante mi comentario elusivo, se puso insistente.

Quería que precisara mis impresiones
ante su manifiesto: "Desiertos Urbanos".
Me sentí obligado a decirle que había cambiado el título.
40 Días de Desierto me parecía
que tenía más que ver con la Cuaresma.
En cuanto al título por él sugerido,
era una contradicción terminológica.
"Justamente", me replicó con la tranquilidad
y la satisfacción de los sabios,
mientras una sonrisa avanzaba sobre sus pómulos.
No dejé que continúe con sus divagues y arremetí
con comentarios genéricos sobre su obra.
Bastó que pronunciara mi primer "está muy bien, pero..."
para que una expresión en su rostro,
un apenas perceptible toma de distancia,
me impusieron un mayor rigor crítico.
Aprovechó mi pausa para decirme que había tomado nota
de una innumerable cantidad de actitudes
humanas del ciudadano contemporáneo.
Dijo que ése era un fragmento de una obra
que requería trascendencia pública.
"La gente está muy loca, querido", me decía,
"me puse a observar a mi hija
frente a la computadora.
Ella pensaba que yo leía. Ni necesitaba aparentarlo,
porque estaba abstraída, qué digo, devorada por la pantalla,
que le lamía con su iluminación su bello rostro.
Ella emitía risitas contenidas
y cambiaba rápidamente de posición sus piernas,
como si un rayó fuera a perforar el sitio donde se depositaban.
"Creeme que ví mover sus brazos y sus hombros
al ritmo de una relación virtual
que ni siquiera representada en el monitor.
La llamada del MSN la llevaba
de una conversación a la otra
y alteraba sus gestos con un ritmo vertiginoso.
Para qué te voy a contar lo que ví en el colectivo.
Hay algunos enfermitos, como vos
-era la primera vez que empezaba a notar
que Armando se ponía nervioso, en una especie de efecto contagio-,
que parecieran que manejan con el chofer.
Miran hacia adelante, elevan el cogote
y bailotean como si maniobraran en la avenida.
¿Podés creerlo?"
No llegué a interrumpirlo.
Continuó con lo que vio en el subte, en el tren:
"la gente parece conectada mediante unos aparatitos receptores
a las directivas que se emiten desde un comando central.
En el semáforo, el día que me llavaste a Barracas,
Capital Universal de la Paciencia,
ví como pisabas el embrague.
Atento a las intermitancias del hombrecito colorado,
no podías sentir las cosas que te estaba contando,
porque vibrabas con él.
En cuanto se puso la luz amarilla, ví que te inyectaste
adrenalina en estado puro...
¡y éso que respetás los 60 km/h de máxima!
¡Estamos todos locos!"
Ahí había un punto.
"Estás cayendo en un lugar común, Mandi;
esa frase es la cucarda de la obviedad".
Su cara se avinagró.
"¿Ves? Con ustedes ya no se puede hablar".
"¿Ustedes, quiénes?", pregunté, molesto.
Ya sabés, "la Brigada del Histerismo", respondió.
Hizo un breve silencio y pude saborear su regodeo.
"Hay muchas mujeres en esa tropa;
la comandancia, de hecho, es femenina.
Los hombres cumplen funciones ejecutivas.
La jefatura imparte órdenes,
que cambia permanentemente
de acuerdo con las circunstancias.
Los cuadros ejecutivos intentan dar cumplimiento
a todas ellas antes de que fenezcan,
para dar surgimiento a las venideras.
Hay un equipo, una burocracia
cada vez más voluminosa,
que evalúa el contexto y emite informes
en períodos cada vez más breves
y en materias que se van especificando,
despacho tras despacho,
y que se multiplican de acuerdo con los tópicos
en los que se divide la materia.
Estas operaciones han convertido
la ciudad en un terremoto.
Me sentí un enviado especial cubriendo la masacre.
En mi block anoté muchos
momentos que perdurarán en el tiempo.
Ellos... ¡vos mismo...! no saben
el valor que tienen estos registros.
Estas escenas son verdaderos tesoros,
daguerrotipos que iluminarán a las generaciones venideras.
Es necesario que lo hagan", sentenció Mandi,
se quedó inmóvil.
Con la vista puesta en un punto fijo,
el chambergo ladeado y la ruana de llama
cubriendo su costado.