Equivocado

Venía ensimismado por el pasillo de casa masticando la frase del Papa Francisco acerca de escuchar a los mayores, a los ancianos. "Nunca les doy pelota a los viejos", me recriminaba. Estaba a punto de alcanzar la puerta del escritorio cuando sonó el teléfono en el living. "¡Para qué me habré comprado una casa con teléfono!", maldije. "Suena para todos menos para mí, y el que necesita me llama al móvil".
- ¿Juan? - se escuchó del otro lado del tubo.
- No, Urbano.
- ¿Está Juan? - insistió.
- No, Señor, no hay ningún Juan en esta casa, disculpe...
- No corte, por favor...
No pude dejar de percibir el cansancio de muchos años en esa voz, ni de recordar el mandato del Santo Padre.
- Si, dígame qué necesita...
- Hablar, ¿tiene tiempo?
¡Tiempo! Palabra santa. ¿Porqué la invoca?
- Si, pero no mucho - me atajé, por las dudas.
- Ah, claro... Tiene mucho que hacer...
- Si, claro.
- ¿Qué?
- ¿Qué, qué? - le pregunté, molesto.
- ¿Qué qué tiene que hacer? 
La suavidad y ternura de su decir no dejó de fastidiarme por lo desubicado de su interrogatorio, pero logré controlarme.
- Tengo que atender unos asuntos -lo genérico y anodino de esa frase me pareció de inspiración divina: no mentí, pero le use freno.
- ¿Qué asuntos puede haber más importante que está conversación?
Mientras decía esto sentía que una daga se me clavaba en la panza.
- No, obvio; bueno, en rigor, mi trabajo.
- ¿Pero qué...? ¿usted atiende un kiosco y no puede distraerse cinco o diez minutos en una conversación?
- No, claro, pero tengo mucho qué hacer...
- Por eso le preguntó qué...
Dudé seriamente insultarlo. Pero me resultó imposible siquiera imaginar qué le diría. Estaba muy ocupado en responder a ese extraño cuestionario sin mentir.
- Tengo muchas cosas atrasadas... Mails, llamadas...
- Como ésta, m'hijo.
- Bueno, si, como ésta. Claro. Pero de las otras... De las que dejan algo para comer...
- No sólo de pan vive el hombre. Si no decírtelo a mí.
Su tono no era enojoso. Su tono tenía el aroma del cariño. Pero igual me estaba poniendo un poco nervioso.
- ...
- Veo que al menos lo hice pensar, que no es poca cosa. Usted debe dedicar muy poco tiempo a la reflexión, muchacho...
- ¡Ja! -la risa me salió algo forzada y tal vez un poquito grosera- pensar es un lujo que se puede dar la gente con mucho tiempo...
- Si, como yo. Tengo tiempo. Me la paso pensando. Pero no sirve para nada si nadie me escucha.
- Si, si, claro...
- ...
¡Uy! Se cortó.¡ Zafé!
- ¡Hola, hola...! -pregunté rápidamente, con ánimo de poner fin al disparate.
- Estaba esperando que me pregunte acerca de lo que pensé -me dijo, ahora sí, casi desafiante.
- Bueno, digame qué pensó... -dije, con tono cansino.
- Que usted no tiene nada más importante que hacer que esta conversación.
Me dejó duro. Se desubicó... El viejo se desubicó.
- ¡Ah, no, claro! -exclamé- Se lo voy a demostrar en un minuto, cundo corte.
- Entonces debería pode decirme en una o dos frases eso tan importante que tiene por hacer.
- Usted es un desubicado, un metido -expresé, mordiendo cada palabra.
- Lamento informarle que se equivoca; yo no puedo ser un metido, porque lo que es metido ingresa desde fuera...
Me tomó dos segundos entender la frase. Cuando caí, traté de retomar la conversación. Pero el teléfono estaba mudo, sin ninguna clase de tono.+